viernes, 4 de marzo de 2011

Francés.


A una hora cualquiera, pero no un día cualquiera. Un helado día de enero, un once de enero, para ser exactos. Libros de un idioma incomprendido sostenidos en las aún inocentes manos de una chica el día de su cumpleaños. Un montón de idioteces que cometería a partir de entonces, un 'yo quiero y no puedo', una pasión secreta, abrazos que serían desierto y unas tremendas ganas de vivir. 'Trece años'- pensaba sonriendo. Multitud de felicitaciones, cosquillas en su garganta y sentía que le faltaba algo. Aún así, siguió caminando, hasta que un repentino tirón procedente del gorro de su abrigo le detuvo en seco, con la incertidumbre de qué o quién podría haberse atrevido a detener sus pasos un día así, un día en el que se sentía importante. Y al volverse, se percató de que ese alguien que la había detenido, era también el que hacía girar su mundo a gran velocidad, el que había volcado todas sus concepciones sobre el universo, el que, sin saberlo, estaría encerrado en un alma durante mucho tiempo. Era el mismo que con el que ella soñaba, el primero en robarle su corazón de verdad. Los ojos de miel que a ella tanto le gustaban le miraron, sonrieron, y la voz salió de esa sonrisa: 'Tenías el gorro mal colocado'. Todo sucedió deprisa, ella dejó resbalar sus manos en su pelo, inspirando cada instante de esa felicidad momentánea, por el simple hecho de acariciarle sin que él supiese el significado verdadero de aquello. 'Ibas despeinado',- se excusó de forma tonta, la niña que se creía mayor con trece años y un corazón a punto de estallar a ojos de todos. Continuaron su camino, y llena de endorfina en cada parte de su cuerpo, pensó que ese podría haber sido, sin duda alguna, el mejor regalo de cumpleaños que podría recibir, aunque él hubiese sido la única persona que no le había felicitó.

A partir de ese momento, habría muchas ocasiones más. Ofreció su corazón inocentemente, sin saber que podría acarrear aquello.
Se enamoró de ti.
No la culpes, tan solo tenía trece años.

domingo, 27 de febrero de 2011

Atraviesa las paredes,


las manecillas del reloj y el secundero, todos los agujeros sometidos a nuestras balas, las palizas verbales y los sacos de angustia. Mis manías, tus manos un día helado de Enero, tus ojos a punto de caramelo, tu indiferencia, el terror. Hoy hace hielo en mí, y te sigo buscando cuando menos quiero, por las calles oscuras sometidas al único punto de luz de la Luna, al vodka con lima y a la interrogación de cómo sería probarlo en tu boca. Ven hasta aquí y dime que me equivoco, ven y pídele que se vaya, dile que te pertenezco, que no tiene nada que hacer contra ti. Cógeme de la mano y llévame contigo, dime todas las cosas que se te han pasado por la cabeza en estos últimos meses, dime lo idiota que he sido, culpa mi insensatez. Pero de igual modo déjame teñir de negro tu orgullo, tu inseguridad, y bésame como si el mundo se fundiese entre nuestros labios; hagámoslo enfurecer. Dime entonces que aún hay esperanza; dime entonces que aún conservas magia de antaño, cuando todo era mucho más simple que la cruda realidad que nos limitamos a dibujar, cuando yo era soñadora inexperta y tú, un cabrón.
Cántame algo, por ejemplo, que me quieres.