sábado, 30 de abril de 2011

Desde aquella noche

las palabras han tomado otra forma. He pasado horas encerrada en un cuarto, contemplando como los rayos de Sol caían en frente mía, todo me invitaba a salir afuera, pero aunque quisiera no podía. A veces los pensamientos tienen tanto poder sobre uno mismo que no basta con tener fe y querer hacer algo, simplemente te quedas ahí, como si el mundo no rodase ni una milésima de segundo, como si lo único que contase en ese momento fuese tú y tu libertad de elegir. En una de esas horas malgastadas he cerrado con cuidado los ojos y he intentado recordar qué idea del amor tenía cuando era más pequeña, cuando no podía imaginar si quiera lo que ese término puede abarcar. Entonces volví a verme de más pequeña, sosteniendo en mis manos un libro, un cuento. Sinceramente, a mi nunca me gustaron las historias en las que el príncipe rescataba a la bella princesa de aquella magnifica y encantada torre que estaba custodiada por un terrible dragón. Yo siempre quise saber por qué la princesa no era capaz de matar por su cuenta al dragón, de salir valerosa de aquella aventura, y de huir con su príncipe o sola, como ella eligiese. Me doy cuenta ahora de que ese dragón puede compararse con los miedos y fantasmas que viven día a día en la historia de cada persona. Uno es capaz de vencerlos por su cuenta si quiere, claro que le costará mayor esfuerzo que si se deja ayudar por la afilada espada de alguien, ya sea un amigo o una persona importante para ti. Así que si lo miramos desde esta perspectiva, existen millones de princesas que siguen viviendo en su torre por miedos insospechados, por dragones que no son capaces de extinguir. Quiero imaginarme a mi misma con ese valor y ser capaz de enfrentarme a todos mis miedos. Acabaré con el dragón, saldré de la torre, lo que no se es si cuando salga de allí avance con o sin el príncipe. A lo mejor ese día se ha cansado de tanto esperarme.