jueves, 30 de diciembre de 2010

Como el buen vino,

de ese que se supone que deja cierto sabor agridulce en la boca. Se sostiene en frente mía, en la redondez de una copa de cristal humedecida por su color. Rojo intenso, como el de una manzana que quiere ser mordida, como el de una boca irritada por el frío invernal, como todas aquellas cosas que tenemos calificadas en el color rojo. La sangre, los latidos de un corazón... Para mí el vino podrá ser todo lo rojo que quiera, todo lo elegante que quiera parecer en una situación, pero nunca me parecerá dulce. Para mí es amargo, como muchas otras cosas que tiene una apariencia apetecible y, sin embargo, no guardan nada en su interior.


Hace tiempo creía guardar algo; un secreto inconfesable, una música brillante, un respiro al azar. Apariencia bonita, ¿verdad? Pero detrás de todo eso solo hay verdad: una persona, una canción y algo de oxígeno resbalando por tus venas. Todo o nada...


De acuerdo, creo haber llegado a comprender algo: una persona es capaz de transmitirte tal sucesión de ideas o cualidades que tú adqieres por defecto. Es tan sencillo como esto: quieres a una persona, y una mirada suya te hace soñar, hasta tal punto que esa pequeña e incomprendida milésima de segundo es capaz de crear destellos inconcebibles en ti. Y esos destellos se convierten en palabras, que de alguna forma quieres que esa persona sea capaz de asimilar. Sabes que es difícil, y sabes que existe esa posibilidad tan remota que hará que tus deseos no alcanzen su destino. Vertiendo realismo a este ejemplo podría ser una cosa similar a esta: después de dedicarte en cuerpo y alma a que esa persona sea capaz de percibir lo que tú intentas explicar durante tanto tiempo a través de palabras, a través de una forma que tú sostienes como buena, esa persona no lo captará. No lo hará, aunque insistas, aunque tu determinación y tu valor infundados luchen día a día contra todo aquello que quiere oponerse a lo que más quieres, a lo que más admiras. Llega un día en el que decides tirar la toalla, dejar atrás todo lo que para ti resulta valioso. Pero en realidad solo se trata de un círculo repetitivo, y lo sabes de antemano. A la mañana siguiente recordarás la luz de sus ojos, y un nuevo brote de esperanza infundada te hará desvanecerte otra vez, recayendo en esas palabras y apariencias que tanto esperan atraparte. Solo un día, quizás cuando le veas sostener la mano de alguien entre las suyas, o soltar un beso entre las mejillas del nombre de los labios, o sostener sus respiración con la suya propia, solo entonces morderás la manzana. Su brillo desaparecerá, te sabrá amarga. Y aquel rojo que concebías como el del amor se tornará gris oscuro. Me cuesta aceptarlo, pero sé que algún día de estos también me tocará morder esa manzana, probar esa corta trayectoria de tristeza. Quien sabe, a lo mejor ese día el vino empieza a ser dulce para mí.