domingo, 27 de febrero de 2011

Atraviesa las paredes,


las manecillas del reloj y el secundero, todos los agujeros sometidos a nuestras balas, las palizas verbales y los sacos de angustia. Mis manías, tus manos un día helado de Enero, tus ojos a punto de caramelo, tu indiferencia, el terror. Hoy hace hielo en mí, y te sigo buscando cuando menos quiero, por las calles oscuras sometidas al único punto de luz de la Luna, al vodka con lima y a la interrogación de cómo sería probarlo en tu boca. Ven hasta aquí y dime que me equivoco, ven y pídele que se vaya, dile que te pertenezco, que no tiene nada que hacer contra ti. Cógeme de la mano y llévame contigo, dime todas las cosas que se te han pasado por la cabeza en estos últimos meses, dime lo idiota que he sido, culpa mi insensatez. Pero de igual modo déjame teñir de negro tu orgullo, tu inseguridad, y bésame como si el mundo se fundiese entre nuestros labios; hagámoslo enfurecer. Dime entonces que aún hay esperanza; dime entonces que aún conservas magia de antaño, cuando todo era mucho más simple que la cruda realidad que nos limitamos a dibujar, cuando yo era soñadora inexperta y tú, un cabrón.
Cántame algo, por ejemplo, que me quieres.

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