miércoles, 9 de noviembre de 2011

Y Mia Rogers se agachó,

como se agacha cualquiera ante un problema que tiene sed de nosotros. Con hambre, con ímpetu, sin conocimiento. Y en menos de dos segundos, su peinado a los años cincuenta ya rozaba con suma delicadeza la mesa del comedor principal bajo la que se encontraba. Un largo mantel dorado pasado de moda se extendía por encima de ella, lo que hacía más fácil y triste su ''escondite perfecto''. El segundero del reloj se apresuró en recordar su existencia, y con un débil 'cucú' dieron las tres, una hora que últimamente se había convertido en una salida de emergencia para ella.


La verdad es que Mia poca veces empleaba sus fuerzas en refugiarse de situaciones incómodas, pero esta vez era necesario. Y tristemente razonable... En solo dos semanas había contemplado de que forma todos sus planes de futuro se veían interrumpidos, Y el culpable de todo aquello no era más que una figura meramente humana. Pero Mia sabía que no se trataba de cualquier persona, sino que era él. Esa clase de ironía dibujada sobre unos cuantos modales, en su forma de andar. Era esa condescendencia con la que trataba a los demás, sin importarle quién o quiénes podrían haber sido fatídicos y principales oídos de sus mentiras. él era todo lo que una chica atolondrada de trece años hubiese querido tener: locura y ansiedad unidad en un enfoque integral de las cosas. A diferencia de que Mia presumía ya de unos estridentes veintiséis y un elegante plan de boda que nadie, absolutamente nadie, se vería con agallas de arruinar. Pero se equivocaba. Porque allí estaba ella, observando muda y somnolienta cómo unos relucientes zapatos negros de charol se atrevían a pisar el mismo suelo que ella. 'Suerte que no me ha visto',- pensó de inmediato.


-Señorita Mia, ¿no le parece ya de por sí ordinario que una joven refinada y con maneras, como lo es usted, ande escondida entre una tela de comensales?


Y fue así como dos tristes avellanas grises la miraron, vistiendo una precaria sonrisa de revista y tendiendo una mano dispuesta a ser estrechada. Se oprimió, deseó desvanecerse en ese mismo instante. Pero sabía de sobra que más le valía dar una respuesta amigable y sonar lo más cuerda posible.


- La verdad es que yo... pasaba por aquí.
-Ya lo veo...¿aficionada al juego del escondite?,- y sonrió de forma un tanto infame, divirtiéndose en su propio juego de palabras.
-Oh sí...,- enrolló nerviosamente sus dedos en uno de los rizos que bailaban fuera del recogido,- junto con encontrar baches en mi camino, es una de mis actividades primordiales...


Fue allí donde se rindió, donde supo que dormir bajo mesas del siglo XIX no iba a evitar lo inevitable... Sucedió entonces que a Mia ya no le quedaron más segundos planes.

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